Me di cuenta de que las cosas iban bien cuando apareciste
y, de repente,
brillaba más el Sol.
Supe que el destino había hecho de las suyas
y que por fin se había cumplido mi deseo.
Eras tiempo
y yo las ganas de intentarlo una vez más
como si siempre fuera la primera.
Eramos un desastre a punto de
convertirse en estrella fugaz.
Y qué paz,
qué de vida me diste solo con mirarme.
Qué suerte tuve
y que poco supe verlo.
Aunque sabes que yo no creo en esas cosas,
que la suerte es para tontos,
que prefiero llamarte casualidad,
aunque no existan.
Que, a veces,
me gusta llamarte
destino,
y creer que esto siempre estuvo escrito,
solo que nosotras estábamos en otra página.
Y que cuando callas,
cuando ríes
y cuando lloras;
me gusta pensar que acerté aquel día
jugándomela a todo o nada
con tu as en la manga
y mi polvo de hadas,
como si pudiera ser verdad
que nunca nos hubiéramos buscado
sin querer;
queriendo
que fueras tú
sin saber siquiera tu nombre.
Y ganamos,
vida,
y desde entonces ya no pido
deseos
porque no necesito
nada
ni
nadie más.