ríete,
mucho;
ríete tanto que duela.

lunes, 26 de febrero de 2018

Muy y mía.

Supongo que tú tampoco te lo imaginabas.
Que hoy estaríamos aquí sentadas
en el mismo banco,
así.
Supongo que tú también te alegras de verme,
que tampoco sabías qué era echar de menos a alguien
hasta que me viste irme,
aunque no fuera a casa;
porque nunca fue contigo
siempre fue de ti.

Sé que tú también sonríes cuando escuchas mi nombre
y que yo seguiré haciéndome la tonta
cuando te vea llegar.
Que me seguiré poniendo nerviosa antes de volver a verte
y que el nudo en el estómago al verte ir
cada vez se hará más grande.
Más fuerte.
Que solo puedo culparte de haberme hecho feliz.
De ser todas esas primeras veces que nunca esperé con nadie
pero que contigo sí,
contigo siempre.

Y es que joder,
es tan bonito verte reír...
y llamarte vida,
porque te has convertido en parte de eso;
con todos y cada uno de los baches que nos encontramos al principio
y tu manía de quitar piedra a piedra
cuando yo solo quería saltarlas todas.

Y aún así
viste todo este desastre
y tuviste el valor de quedarte,
para no llamarnos suerte
y creer en el destino,
como si tú y yo
no fuéramos más que eso.
Más que esa luz al final del túnel
y todos los ases que quieras,
negros;
con el cactus
y muchas rosas.

Nos hemos convertido en todas las llamadas
a las tantas de la madrugada,
y en todos esos besos.
En las miradas de más
y en las fotos de menos.
Nos hemos convertido en momentos,
porque por fin
somos,
y mi vida
ojalá sigas aquí
dentro de cinco minutos más
muchos ratitos,
tan tuya
y tan mía
haciéndonos nuestras.

viernes, 9 de febrero de 2018

Solo nos bastó.

Supongo que algo tenía que significar
que nos costara tanto
quedarnos,
y que el primer acto reflejo
siempre fuera marcharse.
Huir del dolor.

Si te soy sincera
en el fondo siempre supe
que seríamos cuestión de tiempo;
que nunca fue por falta de ganas,
pero que
no íbamos a ser la excepción
al resto.

Qué gilipollas fue creer que lo nuestro sí iba a salir bien.

Te diría que me lo merezco,
que nos merecemos haber caido
por como hicimos las cosas;
pero es que no lo creo.
Nos quisimos tan fuerte
tan poco tiempo
que pareció una eternidad.

Mi vida,
tuvimos la eternidad que tanto ansiábamos,
en nuestro propio espacio temporal,
a millones de años luz
de la realidad.
Y nos bastó.

Y nos conocimos tanto
con solo mirarnos a los ojos,
que me hiciste creer
por primera vez
que valdría la pena quererte
a sabiendas
de que quizás
podríamos salir mal.
Y te quise con todas las ganas,
tantas noches,
en cada una de mis letras;
que nunca tuve la sensación
de que algún día podrías irte.

Qué gilipollas fue creer que no te cansarías.

Apostamos al as,
al negro,
esperando
que nada nos saliera mal,
sin contar
con que eramos dos polos
exactamente iguales
que iban a la misma velocidad
hacia la misma meta.
Y chocamos
con toda la fuerza con la que nos habíamos querido,
y acabamos rotas
por algo
que pensamos que solo nos podría
hacer felices.

Pero nos bastó.
Nos bastó ese segundo juntas
para que mereciera la pena
pasarnos toda la vida
echándonos de menos;
porque,
mi vida,
no podría haber elegido
otros labios
para el crimen.